Ayer en la tarde, así de repente y apenas a diez minutos de haber iniciado el paseo en pedales, se desinfló totalmente la llanta delantera de mi adorada bici “La Reina Azul de los Mares” (Die Blaue Koenigis des Meeres), al pasar por una calle llena de baches y justamente en el momento en que me acompañaban media docena de perritos escándalosos intentando probar mi pantorrilla je je…
Pero aún así, con llanta ponchada, logré escapar sana y salva de sus tiernitos colmillitos y en la siguiente cuadra, hablé por teléfono para que fueran por mí. Me quedé sentada, sintiendo la tímida brisa marina y oliendo la carne en el asador de algún vecino comelón.
Cuando llegaron por mí, llevé inmediatamente a la caprichosa y delicada bicicleta al Taller de Reparación del que ya les he platicado en otro post.
Los chicos del taller ya me conocen, me reciben y saludan amablemente, me preguntan nuevamente que si soy maestra y les vuelvo a responder que no je je…ya hasta conversamos sobre paseos ciclistas, orígenes familiares y planes truncados, como el caso del chico que no pudo terminar su carrera profesional porque tuvo que empezar a trabajar para sacar adelante a su familia, luego se casó, vinieron los hijos y a “esta edad, que mis hijos son niños de bien y juegan ajedrez, se me metió el gusanito de regresar a la Universidad”, me dice. 🙂
Esta vez a la llanta de la bici, le cambiaron ” la corbata”, la manguerita interna, porque la que tenía, ya estaba doblemente parchada y rajada…así las cosas en esta tercera ponchada del año.