En mi encierro de los últimos días, debido a una gripa que me tuvo en cama durante cuatro días, con el cuerpecito desguanzado y más o menos debilucho, estuve pensando o delirando como fué que empezó mi gusto por la cerveza…
No siempre me ha gustado. En la adolescencia y época de estudiante universitaria creo que llegué a tomar por tomar, nomás por seguir la onda o estar en onda, no lo sé exactamente; sólo recuerdo que no me gustaba el aroma, ni el sabor amargo de la cerveza, tampoco la presentación en caguama, ni tomar en vasos de plástico o directamente de la botella.
El verdadero placer por las bebidas fermentadas inició en mis pininos de profesionista, y el vino fué mi elección, primero el rosado, luego el tinto. Tuve suerte de que en mi región, tierra vinícola, se realizaran eventos de promoción de vinos, ya que así me “instruí” rápidamente en el tema.
Con el gusto de la vid, aunado al de viajar, me fuí casi de “mochilazo” a Londres, Dublín, Paris y luego a Alemania…y entonces, por una razón que algún día les platicaré, ¡me quedé a vivir casi seis años en territorio teutón!.
Y ahí sucedió.
En Hamburgo y alrededores. Entre las praderas y los árboles de los bosques encantados; entre las casas antiguas y los edificios modernos; entre la estación de trenes y el río Elba. Entre los caminos llenos de hojas secas que rodean el lago…no importaba si era invierno o verano, primavera u otoño, caminaba y caminaba, contemplando todos los paisajes, naturales y citadinos.
Si paseaba en la zona urbana, no era díficil encontrar un pub, restaurant o jardín de cerveza para hacer una pausa, tomar, comer algo, y continúar el recorrido; si andaba por la naturaleza, tampoco, ya que aunque estuviera en la montaña más alta o en el más profundo rincón del bosque, era seguro encontrar un “Biergarten“.
A donde fueras haz lo que vieras…y así lo hice.
En mis paseos, yo veía que a la hora de la comida o cena, y a veces hasta en desayuno, la gente acompañaba sus alimentos con cerveza: hombres, mujeres, de todas las edades, hasta abuelitas y abuelitos. Yo empecé a hacerlo en ocasiones, en ese entonces pedía una Pils, siempre Pils, una. Refrescante y servida en copa Tulpe. (Aunque en ese momento no lo sabía, hasta ahora que tengo una mejor idea de los tipos de vasos para cerveza ;-).
Hasta que algún día, al final de unos de esos largos y kilométricos recorridos por la ciudad, en algún pub o restaurant, probé la “Hefeweizen”, cerveza de trigo en un largo y gran vaso. Ahí, en ese mágico y fermentado instante, desde el primer sorbo, cambió mi manera de ver y disfrutar la cerveza… y surgió una gran motivación para las caminatas citadinas y campestres, lloviera, tronara o relampagueara. Sí, a tal grado, la cerveza de trigo, cambió mi vida.
Entonces, las caminatas se volvieron más frecuentes…y la cerveza de trigo también. Ya luego, sin darme cuenta o sin darle tanta importancia como se la doy ahora, fuí probando otros estilos: Dunkel, Helles, Roggen, Hefeweizen Crystall, Bock, Doppelbock, Kellerbier, etc…
Con esa refrescante costumbre e inevitable gusto, regresé a mi terruño mexicano, y lo primero que empecé a extrañar de “mi segundo país” fué la cerveza, entre otras cositas. Así que, empecé a buscar opciones cerveceras en mi lugar de residencia, combinando aún mi placer por caminar, contemplar la ciudad, la playa, el campo, etc., y al final, una deliciosa y vitamínica recompensa: una buena cerveza.
Así fué, hace casi diez años del inicio… y la historia maltosa y lupulosa, afortunadamente continúa, ahora sobre ruedas también 😉
Y su gusto por la cerveza, ¿cómo comenzó?